Caricatura

Lo primero en la mente: Palabra Cortada.

Alguna señal se detecta en las postales. Y todo eso, ¿para qué?

Gibrán pone el anzuelo para capturar la imagen.

Hay rosas y bermellones en los bordes. La imagen contrasta

con la realidad de afuera.

El hombre de la postal ríe y llora. Toma como pretexto

su autobiografía para sacar conclusiones. El reír y el llorar

son serpientes que se muerden la cola.

Todo en un gesto se simplifica como la imagen de una persona

al borde de un pozo.

La máscara oculta el verdadero deseo del demente.

Llegar a la basura y restarle escombro fue una acción deliberada.

Algo tenía que suceder después de ese reencuentro

con su sombra; una sombra que le dicta quién es para no olvidarse.

Ni perderse de nuevo en los subterráneos de la locura.


Pintura imposible

Como un turista yo atrapo la nube

y la dejo caer

blanda y elástica nube que frota el viento

cuando estoy de viaje,

y desde la ventanilla

se prolonga el incendio

de un matorral que arde con cenizas

de la imagen.

Estar aquí y allá. Pasar cercos de revisión. Traficar

con los deseos

de reordenar el mundo: la pintura

transportada y el hechizo de ojos

en cuadernos,

nunca ha sido cosa menor.

Porque así debe ser para un traficante

que tiene que ganarse a un público

y echárselo a su bolsa.

Cuántas veces he dejado de ser yo, solo por compartir

la plana principal

de la decisión y luego, tener que retirarme de la galería

sin nada,

solo con el asombro y la extrañeza

de unos pocos.

La sonrisa se anula al ver la escasa respuesta

de las miradas

cuando los buches se tienen que llenar

del mejor trago de vino

y un bocadillo, y un gesto

-el de siempre-,

pasa al lado de uno con susurros

que nadie entiende.

¿Así debe ser? No. Es así lastimosamente

sin que algo cambie el hecho.

Para un traficante de imágenes secretas

que nadie entiende,

ya no hay centro al que deba dirigirse.


Todo permanecerá

La casa blanca frente a mí

Puerta cerrada

bajo la sombra.

La línea imaginaria se traza irregular

desde mi interior hasta el bosque

antes anochecido

como flama ardientes en el tacto.

Tiempo subyugado a hormas que me son imposibles.

No pienso tanto en ello; ya no calan

las fuerzas negativas.

Ya no es como antes: navaja que atraviesa la materia

y se derrite, lagrimal desbloqueado del párpado.

Derretida sombra que baja

a inspeccionar cómo fue el sufrimiento del silencio

en la hoja y en el cuerpo

en la memoria y en la voz.

Nada es como antes. Nada. El tiempo congela

las capas de una tierra que se regenera sabiamente,

en un centro todo permanecerá despierto.



Paisaje rojo

Lo hago como una máquina: tras lo

apuntado vienes SONIDO. Las yemas cristalizan

en la dermis secreta de las pieles,

inconsistencias y,

derrame de líquidos se aperlan como

espina de estalactitas.

Herir a alguien, por la espalda.

Daga que atraviesa y la perforación es

la escritura indeleble de una sangre mordaz

que aprendió el paisaje

del infierno

a golpe de memoria.

Dante laureado me mira

desde el retrato. Pensará:

alguien quiere destronarme de las pesquisas

rojas:

Fresas y cerezas abrieron fuego

al desgustar

lo dulce, lo inmensamente dulce

amielado,

como torpe que al rugir del deseo

quema enseguida su ala

en su incendio

en su hoguera.

Máquina de noche. Ruido que costruye

el sabor del paisaje rojo

cuando estoy destruyendo mi silencio

para hacer rugir la voz con el poema.



Ardor

Por dentro un nudo con hambre.

El ardor traza un dibujo infernal

tan rojo como una braza alojada

en la cueva de barro, para cocer

el pan que tus hijos a esta hora

se llevan a la boca.

Ardor entre miles: de aquí a la tierra

de los olvidados.

Esos que están al otro lado de los abarrotes

suculentos de comidas enlatadas,

que para bien o para mal te calman los vacíos

y los silencios que se crujen en tus intestinos.

Ardor de repente se convierte

en frío violento.

Es el instante en que baja el aviso al cuerpo,

a la contracción de la sangre;

entonces lo helado se siente

cuando pasa una carroza en la espalda.

¿Qué transporta? En su eterna frialdad,

la muerte pequeña que sonríe

sin gramo de pudor,

con un desierto blanco

de escasos dientes, que se abren

para prolongar el mal o el bien.


Color abstracto

El inicio de ayer: corteza diminuta

de arrepentimientos.

Los rostros en la calle, y las miradas

dictan sentidos opuestos: lo que va

lo que viene, lo abierto y lo cerrado.

Mutismo, y el yo que se desplaza; oye

el silbido, pero no se detiene.

Es el corazón quien se pone el antifaz

e ingresa solitario

a galerías donde el olvido

traza dibujos sobre el polvo.

¿Qué pasa más allá de las compuertas?

Los letreros clausuran evidencias

y los timbres siempre atentos

a que el botón de entrada

abra de par en par los brazos de metal

para que la oscuridad

sea el refugio de la piel

y el aliento, enrredadera

por algunas horas,

dispuesto a conocer calor

en el color abstracto

de los cuerpos.


El umbral

Aunque la tarde expire

y deje su transparencia de humo,

y los dedos busquen

las llagas más cercanas

de este incendio

que es el cuerpo.

Yo no me olvido que levantar los muros

se ha convertido en mi religión.

Porque ni toda la corteza destruida

ni el polvo más longevo de los vidrios

me separan de la estructura

de los hilos que dan forma

que no prescriben

la derrota.

Y así: levantarse, dar la cara,

sacudirse entero

son la biografía que quiero matizar

en un próximo cuadro

que no quede en el umbral

de lo irresuelto.


Poemas / 1,2,3 / Bechtle

1)

Los helados de vainilla se derriten en la lengua

mientras esperamos.

Querida mamá: Ayer fuiste joven, y nos llevaste

a Robert y a mí, a ese paseo inolvidable.

Papá desperdiciaba el tiempo en el billar,

y tú, dispuesta, cargaste con nosotros.

Primero el malecón, luego una feria pequeña

que se desmoronaba con el óxido.

Pudimos pasar a la plaza: escaparates, puestos de revistas y,

finalmente, la mesa en la que pusimos la impaciencia

y una sensación irremediable de felicidad transitoria.

Ahora así me veo, captada como nunca: feliz y alegre

en la imagen instantánea que el desconocido aquel, -siempre

a tu lado como un mosco-, nos regaló.

2)

Giselle puede estar triste, tal vez sorprendida.

Hoy no fue el día aburrido que se veía venir

en nuestros juegos en un «patio» reducido a 3 x 3.

Fue el correteo a campo libre. La proyección lunar

de lo que parecía un show caro, anunciado

en la marquesina improvisada de la feria.

Atrás quedó el malecón y una sed que fue resuelta

con sabor a helado de vainilla.

Quedó también mi pregunta y una tímida aceptación

a quien dejaba sus gafas sobre la mesa, y se disponía

a disparar el flash.

3)

Por fin he dicho que sí, que saldríamos los tres.

Se puede ignorar la insistencia evadiendo la necesidad,

pero al final, lo que reluce es el atrevimiento.

Así los tres, me imaginé como en un sueño,

o como en una vaga película que trata sobre una familia…

Lo que pienso se idealiza, y carcome lentamente.

Si pienso en tres, es porque hay un cuarto elemento

irrumpiendo amablemente. Quiere entrar a una vacante.

Quiere ser él, no por un momento, sino para siempre,

como lo ha prometido, como lo dice constantemente.

Le doy lugar, le doy a mi familia. Nos damos todos.

A punto está de oprimir el obturador.

Nuestros vacíos se ven cifrados en una imagen fotográfica.


Imagen 0 / darvinoglu

Hace años que mi familia

no tiene cara.

Todos sus integrantes, -del chico al mayor-,

deambulan perdidos;

buscan algo en el inmenso esbozo de niebla

que cubre el interior de la casa.

No encuentran.

Algo, quizá más fuerte que nuestro miedo

tiende trampas a nuestras manos

para verlas incapacitadas del movimiento.

Mi familia se pierde

en inventos e inventarios:

farmacéutica entre pendones

y relojes tristes,

laboratorio para esparcir las sombras

entre tubos de ensayo y espigas.

Mi familia y yo

vamos extinguiendo abrazos,

sellamos el cuerpo y nuestras caras

son interminables abismos.

Más allá no tocas nada.

Profundidad,

límites que te destruyen

el asombro.

Mi familia se queda

unida y quieta,

enmarcada en el siempre.

Siempre a la expectativa,

-intención de algo-.

Hoy posamos,

pero estamos a punto de emprender

la huida.

Atrás de todo, atrás de los ruidos

y la inconsciencia:

letargo solemne en el que viven congelados

los gestos.


Estar aquí

En el tecleo de las divagaciones se abre

medio arsenal de cosas prohibidas: lo que se dice o no

parece una pilastra de papeles corroídos en el interior

de una gaveta también corroída

por una bacteria anónima de no sé qué distante lugar

de fealdad mística.

Los enigmas en los caparazones,

las prolongadas veladuras estudiadas, sellan

la arrogante cadencia del decir, y así la lengua

es optimista, y más que la lengua, la palabra

que no calla a su esplendor nocturno

y me hace estar aquí después de una ramificación desmedida

entre nubes de polvo y sueño

en los que aparecen mis ancestros:

mis figuras amorosas que no se han ido, que persisten en mí

como en la tierra podrida la constelación microscópica

de hongos

y humedad.

Si me pongo a disposición del aliento

de otras voces poéticas heredadas mansamente,

no termino;

no termino y continuo con una errancia entre dinteles rotos,

y mi andar no encuentra tregua alguna.

Así que una voz me desplaza y me lleva a otro sitio

donde siento el fin dentro de los imposibles cuencos

con una terrible orfandad

que me delata y destruye el estar aquí, sin nada, sin nadie.


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