Hace años que mi familia
no tiene cara.
Todos sus integrantes, -del chico al mayor-,
deambulan perdidos;
buscan algo en el inmenso esbozo de niebla
que cubre el interior de la casa.
No encuentran.
Algo, quizá más fuerte que nuestro miedo
tiende trampas a nuestras manos
para verlas incapacitadas del movimiento.
Mi familia se pierde
en inventos e inventarios:
farmacéutica entre pendones
y relojes tristes,
laboratorio para esparcir las sombras
entre tubos de ensayo y espigas.
Mi familia y yo
vamos extinguiendo abrazos,
sellamos el cuerpo y nuestras caras
son interminables abismos.
Más allá no tocas nada.
Profundidad,
límites que te destruyen
el asombro.
Mi familia se queda
unida y quieta,
enmarcada en el siempre.
Siempre a la expectativa,
-intención de algo-.
Hoy posamos,
pero estamos a punto de emprender
la huida.
Atrás de todo, atrás de los ruidos
y la inconsciencia:
letargo solemne en el que viven congelados
los gestos.