Imagen 0 / darvinoglu

Hace años que mi familia

no tiene cara.

Todos sus integrantes, -del chico al mayor-,

deambulan perdidos;

buscan algo en el inmenso esbozo de niebla

que cubre el interior de la casa.

No encuentran.

Algo, quizá más fuerte que nuestro miedo

tiende trampas a nuestras manos

para verlas incapacitadas del movimiento.

Mi familia se pierde

en inventos e inventarios:

farmacéutica entre pendones

y relojes tristes,

laboratorio para esparcir las sombras

entre tubos de ensayo y espigas.

Mi familia y yo

vamos extinguiendo abrazos,

sellamos el cuerpo y nuestras caras

son interminables abismos.

Más allá no tocas nada.

Profundidad,

límites que te destruyen

el asombro.

Mi familia se queda

unida y quieta,

enmarcada en el siempre.

Siempre a la expectativa,

-intención de algo-.

Hoy posamos,

pero estamos a punto de emprender

la huida.

Atrás de todo, atrás de los ruidos

y la inconsciencia:

letargo solemne en el que viven congelados

los gestos.


Estar aquí

En el tecleo de las divagaciones se abre

medio arsenal de cosas prohibidas: lo que se dice o no

parece una pilastra de papeles corroídos en el interior

de una gaveta también corroída

por una bacteria anónima de no sé qué distante lugar

de fealdad mística.

Los enigmas en los caparazones,

las prolongadas veladuras estudiadas, sellan

la arrogante cadencia del decir, y así la lengua

es optimista, y más que la lengua, la palabra

que no calla a su esplendor nocturno

y me hace estar aquí después de una ramificación desmedida

entre nubes de polvo y sueño

en los que aparecen mis ancestros:

mis figuras amorosas que no se han ido, que persisten en mí

como en la tierra podrida la constelación microscópica

de hongos

y humedad.

Si me pongo a disposición del aliento

de otras voces poéticas heredadas mansamente,

no termino;

no termino y continuo con una errancia entre dinteles rotos,

y mi andar no encuentra tregua alguna.

Así que una voz me desplaza y me lleva a otro sitio

donde siento el fin dentro de los imposibles cuencos

con una terrible orfandad

que me delata y destruye el estar aquí, sin nada, sin nadie.


Cita con el azar

La fase del juego puede quedar retraída

si sorpresivamente te cortan las alas.

La palabra jugar

es sobresalto:

irse de aquí hacia allá en el viaje concéntrico de nadas

donde todo explota y la mano alargada

voltea fichas del juego.

La fase se interrumpe y el destino lanza la peor dentellada,

mordisquea la nobleza de la piel que, extendida

anuncia el riesgo… Alguien vendrá a coronar sus poros,

sus tramas,

sus intensos recovecos

después de una exhalación de rostros anónimos.


Dictamen

Pongo a prueba la brasa de mi cuerpo.

Le concedo un plan robusto de dudas,

en el almacén donde yacen raíces muertas

con el fango posterior a la caída del agua.

Le pongo a tejer pasos en coordenadas de asombro;

todo un día para leer avisos en labios diamantados,

la próxima piel en la penumbra,

el dedo en el borde del continente de tela,

el dedo en el elástico de una goma pegajosa.

Ya bajé un peldaño y descubrí que aún tiembla mi brasa,

aposentada a una ruidosa soledad soñó con muros colapsados,

la escapatoria final de sus propios cuerpos que la ahogaron

hacia calles libres para descifrar la contención del aliento;

ese vaho que emite el temblor de la garganta.

Se descubrió inmersa en planicies de odio, y en el juicio obtuso

con el que siempre condenaron la pregunta,

la duda, el accionar, el eterno accionar del alma

que no se bastaba a sí misma, y marchaba lejos,

tan lejos de la casa.

La intriga hostigó lo que pudo,

destruyó cimientos, lo apenas edificado… con escasos años;

pero no al hombre que soy detrás de la puerta,

poniendo el oído al dictamen,

al resultado final que fraguará un rostro nuevo.


(Publicado en la Revista Sinfín, CdMx., marzo 15, 2015).


Telarañas

En un tránsito de sueño,

la libélula recorre polvo anegado en el vidrio.

Es como el correr de pies en agua sucia,

darse un clavado con mandíbulas rotas al abismo

y salir a flote con pedazos de cristal en la boca.

Si llevara un ojo atento, despierto.

No cabizbajo, ni obsesivo de pintar estos hilos en desvelo

justo donde los párpados tejen redes al cerrarse;

extensas redes que atraparán los peces

de la imagen más frágil.

Si llevara un ojo atento

todo mi rencor abordaría la ruta accesible,

sólo para saberse liviano,

seguro de flotar en telarañas del viento.


(Publicado en la revista Sinfín, CdMx., mayo 16, 2015).


Intermedio

Pareciera que nada tengo:

que nada ha bajado a la página,

que ningún verso se ha desatado

de la rama de la noche,

que nada es posible.

Pongo mis hojas al sol para verles crecer sus raíces,

lodo que dé muerte a ese blanco inaudito

que todo inicio es.

Preocupa a veces por sus dimensiones,

por la inexactitud en lo que dice.

Se prolonga un intermedio entre verso y verso

y así la fronda cae,

tiende puentes de lianas

donde pasarán espirales de formas encorvadas,

figuras, y todo acertijo que dará muerte

al diurno albor nacarado,

pero no, no es así.

El intermedio se prolonga,

descansa entre línea y línea.

Su enorme vacío se dilata

hasta las horas altas de maleza

en que yo suspendo el transcurrir

de pies ajados por lajas avaras,

ásperas en el intento

de conducirme a descifrar.


(Publicado en la revista Sinfín, CdMx., marzo 15, 2015).


Poética (del barrendero)

No apuro mi cuenta regresiva. No apuro el graznido de frases dislocadas. Cortando la leche, –mala leche que es la circunstancia–, me clavo en el agrio sudor de la intemperie. Esta comarca me tiene con ojos boyantes. Inquieto de mi sombra busco escalofrío. La gruta de la noche me sigue. Todo me sigue. En la escalera dejo fosilizado mi paso, escalera eléctrica de mi paso veloz y flotante.

–¿Acaso un estruendo por describir?–. Porque escribir es todo lo apuntado en una página de piel; con un riesgo para salvar preguntas y perpetuarse en la planicie desierta que respiro. Y todo el escombro es la causa para usted, barrendero de días muertos por barrer. He comprado escobas; sus fibras sensibles llegarán a lo más profundo y darán limpieza a este rencor de trenzado esquema que es mi basura.


(Publicado en la antología Poesía I, Programa Escritura Creativa, UCSJ, CdMx., 2009).


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